La conjuntivitis es una inflamación de la conjuntiva, la membrana transparente que cubre la parte blanca del ojo y el interior de los párpados. Esta inflamación produce enrojecimiento, lagrimeo, secreción y sensación de irritación. Aunque suele ser una condición benigna, la causa determina la duración, el nivel de contagio y el tratamiento necesario. Puede presentarse en uno o ambos ojos y afecta tanto a niños como adultos. En los casos infecciosos, la conjuntivitis puede ser altamente contagiosa, especialmente en ambientes como colegios, oficinas o lugares cerrados.
Existen diferentes tipos de conjuntivitis, cada una con síntomas particulares y abordajes terapéuticos específicos.
Es la forma más común y suele asociarse a cuadros respiratorios. Produce enrojecimiento, lagrimeo abundante, sensación de arenilla y secreción acuosa. Es altamente contagiosa y puede durar entre 7 y 14 días. Generalmente se resuelve sola, pero requiere medidas de higiene estrictas y, en algunos casos, tratamiento para aliviar molestias o controlar la inflamación.
Provocada por bacterias como Staphylococcus, Streptococcus o Haemophilus. Se caracteriza por secreción abundante y espesa, párpados pegados al despertar, irritación marcada y, en ocasiones, disminución de la visión por acumulación de secreciones. Requiere tratamiento antibiótico indicado por un oftalmólogo.
Relacionada con exposición a alérgenos como polvo, polen, ácaros o mascotas. Se presenta con picazón intensa, enrojecimiento, lagrimeo y párpados hinchados. No es contagiosa. Suele asociarse a rinitis alérgica o dermatitis atópica. El manejo incluye colirios antialérgicos, lubricantes y evitar el agente desencadenante.
Ocurre por contacto con sustancias como cloro, humo, cosméticos, jabones o productos químicos. Genera ardor, lagrimeo y enrojecimiento inmediato. En la mayoría de los casos mejora al eliminar el agente y utilizar lubricación ocular, pero los casos severos requieren evaluación urgente.
Aunque los síntomas varían según el tipo de conjuntivitis, los más frecuentes incluyen enrojecimiento ocular, lagrimeo, picazón, ardor, secreción acuosa o mucosa, fotofobia leve, visión borrosa transitoria y sensación de arenilla o cuerpo extraño. En los niños es común que amanezcan con los párpados pegados por secreciones.
El diagnóstico se realiza mediante una evaluación oftalmológica que incluye examen de la conjuntiva, revisión del tipo de secreción, evaluación de la córnea y medición de la agudeza visual. En casos especiales o recurrentes, pueden requerirse cultivos o estudios adicionales para confirmar la causa.
El tratamiento depende del origen de la inflamación. Las conjuntivitis virales se manejan con medidas de apoyo como compresas frías, lubricantes y control de la inflamación. Las conjuntivitis bacterianas requieren antibióticos tópicos recetados por un especialista. Las alérgicas se tratan con antihistamínicos, estabilizadores de mastocitos o corticoides tópicos en casos seleccionados. Cuando la causa es irritativa, suele bastar con retirar el agente y lubricar el ojo de forma frecuente.
Independientemente del tipo, es importante evitar frotarse los ojos, compartir toallas o maquillaje, y mantener una higiene rigurosa para reducir el contagio y acelerar la recuperación.
Debes acudir a un oftalmólogo si presentas secreción abundante, dolor ocular significativo, sensibilidad marcada a la luz, disminución de la visión, síntomas que empeoran, recurrencias frecuentes o si los síntomas no mejoran en 48–72 horas. En niños pequeños y en pacientes que usan lentes de contacto, la evaluación debe ser especialmente oportuna.
La atención especializada permite identificar correctamente el tipo de conjuntivitis y garantizar un tratamiento seguro y eficaz.